Cholo soy y no me complazcas Viernes, 16 diciembre 2016

Atrapada en Larcomar: La exposición de fotografías que nadie puede visitar

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).
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Centro Comercial Larcomar (Lima), tal como se hallaba el pasado martes 13 de diciembre, a media tarde. Foto: Beatrice Velarde

No hay nada más triste que un centro comercial vacío.

Amo los centros comerciales. Uno de los mejores recuerdos de mi vida es haber visto en un cine del precioso mall principal de San Diego el estreno de Unforgiven de Clint Eastwood en 1992. Y haberme comprado en la tienda de enfrente el Ultra de Depeche Mode en 1997. Recuerdo que pensé que podría instalarme a vivir en aquel mall, porque allí tenía todo lo que necesitaba para ser feliz.

El centro comercial Larcomar también me gusta mucho. Polvos Azules y Larcomar son mis monumentos históricos favoritos en Lima.

No me gustan los restaurantes caros de Larcomar ni presto atención a sus tiendas de ropa, pero el recinto es hermoso: allí voy siempre al cine y bajo a la librería Íbero a comprarme alguna novela estadounidense de importación, tienen Stephen Kings y John D. Macdonalds a un precio muy razonable.

O tenían.

No hay nada más triste que un centro comercial vacío.

Un incendio mortal

Beatrice Velarde me espera como acordamos a la entrada del lado sur. Ya concertó con los vigilantes que pasaríamos a ver su exposición, así que solo apuntan mi número de DNI. Mientras bajamos las escaleras, mi olfato se previene por acto reflejo ante los posibles efluvios residuales de la fumarada: dicen que abajo, donde se declaró el incendio, todavía es pungente el olor, como en los sótanos lovecraftianos… por eso todavía no se abre al público el mall. Pero no percibo nada. O no quiero percibirlo.

Vivo del periodismo, pero no leo noticias, vivo al margen. No me gusta además leer sobre desgracias, así que sé poco sobre el incendio de hace un mes en la sala 10 de los cines UVK de Larcomar que le costó su única vida a cuatro personas, cuatro trabajadores de la empresa, creo. No sé quiénes son, no lo sabré nunca, la gente se olvidará de ellos también. No eran famosos, ni siquiera periodistas o críticos de cine que puedan ser objeto de un sentido llanto impreso por parte de sus colegas. Nadie canta las excelencias épicas del oficio de un limpiador, de una administradora o de un taquillero.

Qué mierda de vida. Por eso no leo noticias. Prefiero ver películas como Dawn of the Dead, con su centro comercial campante de zombis, que me hacen imaginar que ahora también aquí podría aparecérsenos un muerto de Romero, de romería desde detrás de un corredor, a pegarnos un susto de infarto.

Qué curioso: la noche anterior al incendio fui a ver Dr. Extraño a la sala 9 de ese mismo cine que ahora permanece clausurado. Al penetrar el hall subterráneo miré en derredor y me pregunté si aquello sería muy seguro. Pero yo pensaba en sismos. Nunca pensé en putos incendios.

Ahora Beatrice abre con llave la puerta corrediza de cristal de esa sala donde sigue aguardándola escondida, agazapada, su exposición, esperando que pase el humo de la tragedia, también de la investigación necesaria.

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La exposición a nadie

Beatrice es una trotamundos contumaz y premiada fotógrafa que se ha deshecho primero a golpe de viajes para poder rehacerse a sí misma. Su cuerpo tiene la elegancia de una privilegiada limeña pasado por la ordalía deliberada de un vagabundeo extremo hasta adquirir por mérito de vivencia la sabiduría natural de una parra, de una hiedra que se adhiere al terreno y sabe sobrevivir.

Se nota algo expectante y cansada. No es para menos. El pasado 3 de noviembre inauguró en la Sala de Arte Moderno de Larcomar, justo en el segundo nivel al costado del Tony Roma’s, una exuberante exposición titulada llanamente “Beatrice Velarde Fotografías”, pues supone un espectacular recorrido en grandes y coloridas imágenes por el suyo propio a través de la India, Siria, Egipto y Jordania, con el patrocinio de la Embajada del primer país mentado. Fotos hechas casi con sangre, que ofrecen atisbos de su experiencia vital, como las once semanas que vivió bajo una higuera de Bengala en compañía de unos santones hindúes.

“No quise utilizar papel fotográfico ni marcos, para liberarlos de la connotación clásica y milenaria que de ellos se tiene como emblemas del misticismo de la India”, explica la propia Beatrice en su introducción a la muestra.

La exposición debía durar hasta el 3 de diciembre y estaba siendo todo un éxito en sus primeras dos semanas. La artista tenía numerosas fotos ya vendidas y aprovechaba para vender también su reciente libro India, el latido del vacío, sobre su periplo concreto en la India, un volumen elogiado por escritores como Fernando Ampuero y con un contundente prólogo del pintor Gonzalo Pflücker.

Y de pronto, el miércoles 16 estalla el maldito incendio, mueren personas y se cierra todo el centro comercial. “Un baldazo de agua fría”, en sus propias palabras, inconsciente de la cruel ironía involuntaria que encierran… Siguen días de investigaciones, falsos culpables, papelón de las autoridades y, mientras tanto, una interminable operación de rehabilitación de Larcomar a puerta cerrada, mientras la exposición de Beatrice languidece allí dentro, todavía bien colocadita, sin tocar, esperando íntegra pero fantasmal que pueda volver a brillar bajo las miradas de los visitantes.

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Tiempo muerto

El interior de la galería es inmenso o se ve inmenso, de tan vacío que están sus 500 metros cuadrados. Las hermosas reproducciones ayudan a iluminar lo que con sus paredes desnudas podría parecer una playa de estacionamiento subterránea, pero se echa en falta más vida a este lado de las obras. A este lado del exotismo, la derrota diaria.

Beatrice tiene la esperanza de que Larcomar abra pronto. El gerente comercial, a quien no conoce en persona, le va informando puntualmente. Sólo que ni él sabe cuándo volverán a abrir: no depende de ellos, claro. Beatrice es el último eslabón en esa cadena de comunicados.

-Cuando todo esto pasó, ellos me dijeron que la exposición quedará más semanas, que no desmontará, que me darían más tiempo cuando se abriera nuevamente Larcomar. Y así estamos…

El espacio vacío es tan impresionante que Beatrice toma una foto en 360 grados, la que cierra este artículo. Luego jugamos a imaginar un retrato con ella. Le pido que se siente a la mesa de la entrada: por unos minutos parece “la última mujer viva”, versión femenina de Charlton Heston en The Omega Man. Me prepara ella misma su cámara profesional y yo sólo tengo que agacharme para encontrar el ángulo adecuado y darle al disparador, pero mi pulso delata mi impericia.

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Retrato de Beatrice Velarde a la entrada de la Sala de Arte Moderno de Larcomar. Foto: Hernán Migoya

Estamos en una zona cero, en medio de una exposición fantasma que nadie puede visitar ni materializar con su presencia. ¿Qué sentirá la artista?

-Creo que no siento nada. Es así nomás, medio surrealista. Con el tiempo he aprendido que en la vida todo sucede para nuestro propio beneficio, que nos merecemos lo mejor pero que en el camino es necesario un aprendizaje y que las cosas nos suceden por algo y a mí me tocó esta parte. Lo loco es cuando vuelvo a la sala, sola o acompañada, la abro con las llaves que siempre mantengo en mi llavero con todas mis demás llaves, atravieso toda la sala a oscuras hasta la caja eléctrica y TRA TRA TRA, muevo todos los plomos para el otro lado y las luces se encienden: el silencio reina y mis fotos siguen allí, suspendidas en el tiempo.

Me creo el poso zen de sus palabras. Conozco superficialmente a Beatrice desde hace años por amigos comunes y siempre me sorprendió que nunca estuviera para bobadas ni términos medios. Le encanta ir al grano y atajar las convenciones, a riesgo de parecer impertinente. Como una niña metomentodo y valiente.

Ese día el humo del fuego brotó muy cerca de la galería. Obviamente, Beatrice temió por su obra expuesta, sobre todo porque en un primer momento corrió la noticia de que no se había sufrido ninguna pérdida humana. Al final ella sólo perdió cien ejemplares de su libro en Íbero, local contiguo al multisalas.

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La esperanza es lo penúltimo que se pierde

Luego se empezó a saber que sí había víctimas… Sorpresa y desazón en Beatrice y en todos los que siguieron en vivo la crónica de aquella desgracia. Hoy, ese mismo poso zen de antes la ayuda a reflexionar sobre el suceso fatal y el extraño mecanismo de carambolas que rige nuestros destinos:

-Me sucedió algo muy raro. Empezaron a sacar los cadáveres y pensé en las vueltas que da la vida y en la situación en la que me encontraba. Un poco extraño sonará esto pero así lo pensé: si no hubiera ganado el premio de fotografía eDreams en España  (en 2008), no hubiera hecho todas las fotos que están expuestas en la galería sobre India y Medio Oriente, así que muy probablemente no estaría exponiendo en Larcomar… y muy probablemente estaría recibiendo los cadáveres de Larcomar en la Morgue Central de Lima, donde me encargaba de la fotografía forense y escenas del crimen. Trabajo que dejé al ganar el premio y emprender mi vuelta al mundo de dos años donde hice todas las fotos que están en la galería. Si no fuera por eso, es muy probable que en medio de la tragedia estaría encargándome de la identificación de los cadáveres, algo muy lejano a una galería de arte. A veces estás a un lado, a veces al otro.

A mí lo que me pone nervioso es estar allí metido. Es como si me supiera cometiendo un sacrilegio, pisando tierra prohibida, el cementerio indio que Jeremiah Johnson atraviesa a sabiendas para su propia perdición. El estrés de la situación también le ha pasado factura a ella. Pero mientras espera, no desespera:

-Ahora estoy disfrutando de los amigos, de la buena vida, nadando un promedio de 3 kilómetros diarios en el mar… y todo lo que conllevan las vacaciones, algo que normalmente no tengo, porque incluso cuando viajo es cuando justamente estoy chambeando, levantándome antes del amanecer con 9 kilos a la espalda para registrar el despertar de cada lugar que visito, faena que no termina hasta que el sol se oculta.

Ese fatídico 16 de noviembre, el sol se ocultó del todo para cuatro personas que solamente cumplían con su profesión en unas condiciones que se revelaron inseguras e insuficientes: alguien debería pagar por las cuatro vidas con las que sus dueños pagaron el hacer bien su trabajo.

Dentro de lo que cabe, la exposición de Beatrice ha tenido la inmensa suerte de no caer devorada por las llamas ni de echarse a perder por el humo. El sol volverá a salir para sus fotos. ¿Cuándo? Nadie en el escalafón lo sabe, así que no tiene sentido perder el tiempo en preguntas para quien no cuenta con poder decisorio en sus respuestas.

Nosotros recuperamos también el sol. Ya fuera, le pido a Beatrice que tome una foto de Larcomar con su aire desangelado, sus vigilantes aburridos y sus bandas amarillas que lo precintan y que flotan en el aire como vendajes de momia olvidada.

De nuevo nos sentimos mal. Dos intrusos en el lugar equivocado. Ella, como si presintiese algo, me dice que vaya yéndome del escenario del crimen irresoluto (porque la negligencia que causa muertes también es un crimen), mientras sigue tomando sus fotos.

Me marcho aliviado. En vez de enfilar hacia casa, paseo una hora por el malecón y sobre todo no desvío la vista del sol. Aunque me haga daño.

 

NUESTRA CASA ERA UNA HIGUERA
“Después de once semanas viviendo bajo este árbol, en condiciones muy primitivas, sola entre tantos hombres, algunos cerca de la divinidad y otros al borde de la locura, la experiencia mas impactante de mi vida termina. Difícil determinar el efecto que ha causado en mí, las consecuencia que traerá en mi futuro. Por el momento me encuentro en stand by, suspendida en el éter, ni un hilo me sostiene. Parece que perdí piso, el piso que tenía dentro, el piso que me construí. Mi pasado se me ha desprendido. Mi vida se ha hecho añicos, toda la realidad que monté se ha desvanecido. Solo me queda la gratitud, la sonrisa y una sensación de desplomo, de derrumbe de un edificio. Siento que he retomado al punto cero de mi vida, a la partida. ¿Quién soy ahora?, ¿dónde quedó la Bea, la Beatroz, la Beita, la Beatriz, la Beatrice?, ¿dónde están? Miro bajo los árboles, levanto piedritas y no las veo. Se han ido, me han dejado. Ahora necesito aprender a vivir de una manera más liviana. Aprender a comer con cubiertos, a beber como me enseñaron mis padres, a usar zapatos y papel higiénico, a defecar como un occidental. ¿Es esto es lo que vine a buscar a la India? Sí, definitivamente sí. El vacío, el borrarme a mí misma”.
Extracto de India, el latido del vacío, Beatrice Velarde
Todas las fotografías sin pie forman parte de la exposición
Beatrice Velarde Fotografías.
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Fotografía de la exposición en 360 grados. Foto: Beatrice Velarde.

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).