Cholo soy y no me complazcas Viernes, 28 julio 2017

Los periodistas descubrimos que un dibujante no publicó nunca en The New Yorker porque uno de nosotros sí compra la revista

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).
Diego

Cabecera del blog periodístico de Diego Salazar en Imagen: nohemosentendidonada.wordpress.com

Estoy harto de mucha gente de letras y su constante necesidad de demostrar que son más inteligentes que los demás. Su ausencia de espontaneidad a la hora de expresar gustos propios o cuestionar la ranciedad de la cultura establecida, así como su tendencia a opinar autoritariamente, me resultan en muchos casos actitudes esnobs y bochornosas. Me gusta la cultura pop y el encanto de lo efímero y no entiendo esa obsesión por envolverlo todo de pompa y seriedad, en otros gremios artísticos no se da esa petulancia intelectual. Y el ego de la mayoría es ciertamente desproporcionado y agotador para el entorno cercano cuando se compara con su influencia social real.

Con algunos periodistas pasa lo mismo: durante años he tenido que soportar mofas y menosprecios acusadores de colegas periodistas porque les confesaba que jamás había leído a (el nombre lo copio y pego de Google, es demasiado complicado para deletrear de memoria) Ryszard Kapuściński. Cada vez que preguntaba quién demonios era, me miraban indignados y respondían con aires de superioridad: «¿No has leído a Kapuściński? ¡Kapuściński es Dios!».

Ahora, cuando veo a esas mismas personas y les comento: «Estoy pensando en leer a ese tal Kapuściński que tanto idolatran ustedes», me miran ¡con la misma indignación de antes! y me responden con el mismo aire de superioridad: «¿Vas a leer a Kapuściński? ¡¡¡Kapuściński es un farsante!!!».

¿Qué se puede esperar de personas que pasan de decir que la obra de alguien es lo mejor a que ese alguien es un ser abyecto y su obra una estafa, sin incluir un mínimo de autocrítica en su facilidad para caer presa de las modas que proporcionan aura de prestigio? Pues lo mínimo que se puede decir de ellos es que solamente los motiva el postureo.

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Ilustración de Cristhian Hova, de su página de Facebook 

Diego Salazar, el periodista sensato

Casi todos los periodistas socialmente comprometidos que conozco se matan por ser los primeros en adoptar cualquier anglicismo acuñado en la prensa USA con el fin de aparentar que son más modernos que nadie: ¡para que luego presuman de anticolonialistas!

El anglicismo de moda esta semana es… ¡»fact checking»! Toda la profesión periodística está felicitando a Diego Salazar por haber desenmascarado aquí el falso currículum laboral de un dibujante peruano que juraba haber trabajado para la Marvel, la DC y como portadista de la revista semanal The New Yorker.

Salazar descubrió que la leyenda de esas colaboraciones no existentes colaba y que incluso la revista Somos las difundió sin comprobar su veracidad. Tras el lógico roche profesional, el grupo El Comercio ha difundido las correspondientes disculpas. Por su parte, el artista se ampara en la torturada personalidad de Batman (o en su alter ego, Bruce Wayne) para lamerse públicamente las heridas, citando esta frase: «¿Por qué caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos«. A mí, la verdad, su reacción me suena más a pataleta egocéntrica tipo Iznogud, el mezquino intrigante de la historieta francesa que dedica toda su energía a ser «califa en lugar del califa» y sufre una rabieta cada vez que alguien desbarata sus maquiavélicos planes… ¡Nuestras influencias colonizadoras son diferentes!

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Iznogud, del guionista Goscinny y el dibujante Tabary. Imagen: lavozdegalicia.es 

Bueno, pues ahora muchos colegas felicitan a Diego Salazar por haber efectuado un impecable «fact checking». Es decir: por haber escrito un artículo basado en la comprobación previa de los hechos narrados (la verdad es que dicho así no tiene tanto glamur). En resumen: por haber hecho lo que todos los periodistas deberíamos hacer antes de publicar una sola palabra.

Conozco a Diego Salazar desde hace años y es uno de los periodistas más escrupulosamente minuciosos y devotos de su profesión que he tenido el placer de tratar. Lo suyo es la pulcritud de la mentalidad liberal estadounidense: nada de populismos baratos, nada de consignas sentimentales, nada de golpes de pecho en las redes, nada de maniqueísmos embellecedores, nada de vanaglorias ideológicas para presumir de compromiso ético, como hacen otros muchos de nuestros colegas, sin duda más hipócritas y necesitados de elogio público; Salazar ejerce su profesión con eficacia y asepsia de cirujano, porque realmente admira el modus operandi del periodismo de vanguardia USA: su última obsesión es desmontar los lugares comunes que lo políticamente correcto ha establecido. O sea: desvelemos las mentiras que el sentimentalismo vulgar nos ha hecho aceptar por miedo a ser señalados como cómplices del sistema.

Precisamente su negativa a disfrazarse de «sensacionalista-que-afirma-combatir-el-sensacionalismo» y falso antisistema, el disfraz más barato, roído y alquilado que existe en el periodismo de hoy, hizo que durante su desempeño como editor multiplataforma de Perú21 (ocupación que no sé muy bien lo que significa exactamente, pero puedo asegurar que era un puesto importante) su ética y presunción de imparcialidad no fuera tenida en cuenta con la seriedad que merecía su labor.

Por su parte, Salazar ha sido muy inteligente al desvincularse del grupo El Comercio para que los idiotas maliciosos que ven conspiraciones por todas partes no se atrevan a descubrir hilos ocultos en esta impecable investigación. Ahora sí, ahora todos a lamer su culo. Ahora no los pueden acusar de colaboracionistas del sistema si hablan bien de él, ja ja ja.

Pero lo más gracioso de todo es que Diego Salazar ha descubierto la impostura del ilustrador Hova por el método más sencillo: él sí cree en el periodismo y por tanto se informa directamente de las fuentes del buen periodismo. En pocas palabras: él compra (y lee) cada semana The New Yorker.

Imagino que es el único periodista limeño que lo hace, o al menos que lo lee (aunque yo deduzco que Milagros Leiva también compra The New Yorker, o como mínimo lo toma prestado para hojearlo, y Diego se le ha adelantado con la exclusiva por muy poco…): de ahí que haya sido el primero en desentrañar el engaño. No nos engañemos nosotros. Es como si Diego nos hubiera tomado a un montón de periodistas del collar, arrastrado a través de toda la casa y obligado a frotar el morro y oler nuestros propios excrementos depositados sobre el jarrón Ming del rincón, mientras nos repite enérgicamente: «Nain! Nain! Nain! ¡Esto no se hace!». El buen periodismo se hace como lo ha hecho él. No hay dobladillo en su demostración.

Yo, que no creo en el periodismo, por fuerza debo levantarme y aplaudir.

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Imagen: miraflores.gob.pe 

PD. La otra conclusión que saco del asunto es que el caso personal de Hova me apena mucho. Trato de indagar en las motivaciones de su conducta y no logro entenderlo. A mí, que desconocía la mayor parte de su obra, reconozco que ahora revisando sus ilustraciones me gusta su estilo. Me parece un artista razonablemente original y divertido, con base para alcanzar metas ambiciosas. ¿Qué ganaba con esos burdos montajes visuales involucrando celebridades o con esa falsa afirmación de haber trabajado para The New Yorker, la Marvel y DC? Con el tiempo puede que lo logre aferrándose simplemente a su talento. ¿Por qué mentir con tanta desfachatez?

Me da miedo pensar que nos encontremos ante un problema de complejo de inferioridad interiorizado, de una desconfianza íntima, muy arraigada dentro de nuestra sociedad, en lograr alcanzar sus metas ateniéndose únicamente a su propio esfuerzo… y de una sobredimensión de lo que significa trabajar para el The New Yorker, la Marvel y la DC. De ser real, ese currículum no me hubiera impresionado.
Lo que debe impresionar es el trabajo en sí.

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).