Una declaración de amor al escritor Enrique Planas

La novela de Quique que se presenta esta noche en la FIL.

Para hablar de Enrique Planas tengo que hablar de mí:
Soy un tímido enfermizo, de ahí mi extroversión desmedida. La gente no cree en mi timidez, porque sólo percibe mi irritante efusividad, que no es sino un hijo cretino de aquélla: la máscara histriónica del callado miedo.
Pero de vez en cuando esa timidez eterna se trasluce en muy pequeños gestos míos, casi solitarios, tan imperceptibles que sólo yo reconozco: cuando doy un leve paso atrás siempre que la luz de los focos cae directamente sobre mí o hay alguien a mi lado que los ansía más; cuando no aviso a nadie de mi cumpleaños por no molestar; cuando cada Fin de Año me voy a dormir a las 11 de la noche; cuando viajo a mi país y el pudor me impide anunciarlo por si algún amigo malinterpreta que deseo que me esperen en el aeropuerto…
Así que desde tiempo inmemorial estoy acostumbrado a llegar a aeropuertos donde no me espera nadie. También de tal modo me vine al Perú a iniciar una nueva vida, sin esperar que nadie me esperara en el Aeropuerto Jorge Chávez ese 13 de Octubre de 2013 en que me instalé a vivir aquí.
Pero esta vez, sorpresa… sí me esperaba alguien. No era un entusiasta comité de recepción con equipo incluido de eufóricas animadoras; se trataba en verdad de una sola persona, de figura más bien humilde y silenciosa como no he conocido en el cotarro intelectual: el mentado Enrique Planas, un amigo al que no creí cuando días antes del viaje me escribió que le apetecía subir con el carro a recogerme al aeropuerto. ¿Levantarse a las 5 de la mañana para pasar una hora de ida y otra de vuelta en el tráfico infernal antes de meterse en su oficina del diario, sólo por recibirme y llevarme en su coche a Lima? Confieso que a la hora de habérmelo dicho, lo había olvidado por completo. Y sin embargo, ¡cuántas veces me acuerdo ahora de ello…! No lo voy a olvidar jamás.
Porque esa madrugada, contraviniendo todas mis expectativas y hábitos de aterrizaje, allí estaba él, frente a las puertas de salida de los pasajeros, de pie, con su sonrisa de hermano comprensivo con la oveja negra del clan, esperando mi llegada desde Madrid. Fue la primera persona querida que me dio un abrazo en suelo extranjero, que no regateó afecto para formar una crisálida de seguridad en mí ante un paso tan drástico como cambiar mi hábitat perpetuo, que hasta ahora no deja de preocuparse por mi felicidad personal y mis continuos accidentes vitales.
Yo que siempre he vivido pensando que moriré mañana o me mataré pasado, me quedo estupefacto cada vez que compruebo el cariño incondicional que Enrique demuestra por mí. ¿Qué habré hecho para merecerlo?, pienso en volandas de mi timidez.

Quique celebrando la salida de imprenta de su estupendo libro. (Foto del FB de Diego Pajares Herrada.)

Así que ahora que presenta nuevo libro y le veo feliz, disfrutando la merecida promoción que siempre le habían negado y la justa consideración que siempre le han mendigado, he querido contar por qué para mí es tan importante que Enrique Planas disfrute su momento como el escritor sensible y talentoso que es: él fue la única persona que esperó por mí.
Eso no convierte a un amigo escritor en un buen escritor, desde luego. Pero si Enrique no fuese un buen escritor no me atrevería a incluir aquí la convocatoria de presentación de su libro ni a recomendarlo, como no hago de otros (algunos muy buenos) amigos que también escriben.
La timidez (y una miaja de sentido de la vergüenza) me lo impedirían.

El enlace de la presentación del libro en la FIL lo puedes encontrar aquí.

Autorretrato reciente de Gustavo Rodríguez, el del medio: el de la derecha es Enrique Planas… yo soy demasiado tímido para decir quién de los tres soy.)