Cholo soy y no me complazcas , libertades , sociedad Viernes, 14 abril 2017

Los gays son ángeles que Dios envía a Lima para purificarla: el show peruano del «RuPaul’s Drag Race»

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).

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Mi novia es muy fan del concurso de telerrealidad RuPaul’s Drag Race, ese fenómeno que nos ha llegado desde la decadente democracia capitalista estadounidense para hacer del mundo un lugar un poco más colorido y mejor, y por eso me invitó a una fiesta donde actuaban dos de las figuras más representativas lanzadas por el programa.

En esta ocasión se trataba de dos encantadoras y carismáticas drag queens, la australiana Courtney Act y la italogringa Tatianna. A mí me parecía más sexy la segunda, pero estoy convencido de que a los peruanos heterosexuales les excita más la primera, puesto que es rubia y de ojos azules.

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Tatianna, símbolo de la feminidad. Imagen: pinterest.com

Milagro: ¡Qué buena organización!

Este show forma parte de toda una serie orquestada por diferentes productoras, a ritmo de prácticamente un espectáculo por mes: en este caso fue la empresa Éxodo la que organizó el evento y lo hizo muy bien. La cita era en la discoteca Mangos, en la avenida Arequipa, en mi querido distrito de Lince. Mi novia ya había acudido al Meet & Greet previo (desde las 8.30 pm las estrellas invitadas firman autógrafos y se toman fotos con sus fans, a cambio de 200 soles, cifra que también garantiza el acceso al show, obviamente). Mi entrada, que me permitía ver las actuaciones desde cualquier piso, le costó 70 soles. Abajo, acceder al foso costaba 45.

Llegué pues a las 11 de la noche, cuando ya había concluido el encuentro con los fans. Ya se veía una cola considerable aguardando en la vereda, así que me temí lo peor. Como soy un inútil, no tenía descargado el programa del pdf en mi celular para demostrar que contaba con la entrada archivada en mi correo, pero el tipo de la organización que me atendió no se impacientó y comprobó mi nombre en su listado. Luego me indicó que formara en una cola menor hasta que en unos minutos nos diera luz verde para pasar al recinto. Me sorprendió la organización tan eficaz, ya me temía que me hicieran esperar tres horas solamente para cansar y desmoralizar, como en Migraciones.

Éramos un pequeño ejército de seres muy curiosos y particulares: “Mucha niña mona pero ninguna sola”, como diría Mecano, y casi todas acompañadas por sus enamoradas o amantísimas. En conjunto vestían con mucho mayor gusto estético que la clientela de una disco hetero, por supuesto. Una chica llevaba un vestido plateado sin sostén debajo y sus pechos flaneaban con un hermoso sentido de la libertad, mientras su novia me miraba marcando territorio. “Es mía”, decían sus ojos. Y estaba muy bien que así fuera.

Todo el mundo esperaba tranquilo, sin bulla ni impaciencia, algunos comiéndose un perrito caliente en el puesto junto a la disco. El único momento bobo lo protagonizó el cobrador de una combi gritándonos algo al pasar. No sé si fue un comentario homófobo o una grosería a las chicas o simplemente el tipo estaba borracho. No entendí lo que dijo. Nadie le hizo ni puñetero caso.

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Así se veía a Courtney Act desde el segundo piso.

Montando guardia

A los diez minutos nos indicaron que podíamos ir pasando. Me habían colocado una muñequera de plástico (me sentí veinteañero en un macrofestival noventero, cuando podías ver de una sola tacada a David Bowie, Iggy Pop y Patti Smith) y me indicaron que subiese al segundo piso. Allí me encontré con mi novia, el club todavía estaba semivacío, pero su gay gang ya estaba al completo.

Mi novia tenía pegada una chavala que no la dejaba ni a foco ni a sombra y que me miró con cara de pocos amigos. Sospeché que la chica quería levantársela. Me halagó su intención, así que me fui a la barra adyacente a pedirme un trago. Tardaron un huevo en servirme, pero yo estaba de muy buen humor, mientras miraba a la veinteañera sobar a mi pareja.

El evento se desperezaba en sus prolegómenos, todavía faltaba más de una hora para el inicio de las actuaciones, pero Gonzalo y algunos más ya estaban posicionados frente a la baranda y de allí no los movía nadie. Gregory se acercó a mí y me dio conversación, de lo más amable. Luego se puso a bailar y era más lady que ninguna mujer en el local. Siempre he admirado a las personas que no tienen miedo a mostrar la belleza de sus colores.

El único momento crítico tuvo lugar cuando mi novia me tomó de la mano y me llevó a una atalaya formada por el encuentro de la baranda con una columna: allí nos dispusimos, ella delante, yo detrás de otros dos clientes. De pronto, un tipo en uno de esos minipolos que descubren más que ocultan me pasó por delante sin previo aviso, restregando la sudorosa piel desnuda de su torso contra mi cuerpo. El dorso de mi mano se mojó con su transpiración. Sentí una repulsión instantánea, como una chica a la que un baboso se le hubiera pegado sin permiso. El sujeto ni me miró y se acomodó «en mi delante», desplazando implacable a mi novia fuera de la primera fila. Cuando vi que otro del mismo pelaje también quería adelantárseme, me cerré en banda:

-Chico, por aquí no pasas.

-Estábamos aquí antes.

-Quien se fue a Sevilla perdió su silla –recité y le miré desafiante. El tipo era grande y yo tenía las de perder: sólo me faltaba que mi primera pelea en una discoteca después de veinte años de voluntarioso pacifismo exitoso fuera con un homosexual en una fiesta drag. ¡Y por el honor de una chica, además! Entonces ya me puedo retirar de la vida pública…

Discutió un poco pero al final musitó algo razonable como “no quiero que haya problemas” y pasó por detrás de la columna al otro costado. Se portó bien. Sus amigos me miraron de reojo algo malencarados y no dijeron nada. Yo me encogí de hombros y vi toda la primera ronda de actuaciones detrás del chico sudoroso, sin que se produjera ningún otro altercado ni conflicto. Por si fuera poco, al lado opuesto se me colocó sin darse cuenta la pretendienta de mi novia, pendiente de su guasap: espié lo que estaba escribiendo. Un sujeto la invitaba a su depa, quería que fuera ya a hacerle compañía. La chica le escribía en ese momento: “Es posible”.

¡Un minuto antes se quería levantar a mi novia y ahora estaba diciéndole a otro que seguramente se iría con él a la cama!

Me ofendió su poco sentido de la fidelidad.

Fantásticas teloneras peruanas

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Imagen: Facebook

Foto de Andrea Gandolfo

Tany de la Riva y Georgia Hart, dos artistas como la copa de un pino.Foto: Andrea Gandolfo.

Y empezó el show.

Las primeras en aparecer fueron las drags teloneras (“residentes”, he leído que las llaman en el impecable artículo promocional de mujerpandora.com), unas deslumbrantes Georgia Hart y Tany de la Riva.

Realmente estas chicas lo dieron todo: bailaron, se contornearon, hicieron acrobacias y lanzaron su cabello al cielo. Creo que estaban muy ilusionadas y transmitieron esa euforia al público. De repente me sentí muy feliz de estar allí: pero me dieron ganas de estar abajo, con la multitud del foso, bailando libre. A las artistas hay que verlas siempre debajo del escenario, no desde arriba. Las artistas de verdad se admiran desde abajo. Y aquellas eran artistas de verdad.

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Tany de la Riva voló y nos hizo volar. Imagen de su FB, foto de Óscar Sánchez

Courtney Act apareció entonces cantando en directo una versión del All the lovers de su paisana Kylie. Me sorprendió la calidad de su interpretación y su potente voz hizo vibrar al público. Luego surgió Tatianna: de ella lo que me sorprendió es su belleza. Siempre me han gustado las mujeres italianas, su osamenta amplia y su carnosidad facial la convertían en una digna sucesora de maggioratas como Sophia Loren o Serena Grandi.

Tatianna es más mujer que las mujeres. Ésa es la magia del dragqüinismo.

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Tatianna y Courtney, entre bambalinas limeñas. Imagen: @tatiannanow

True Colors

Después de la primera ronda, me senté a descansar un poco y a hidratarme, este cuarentón ya no aguanta mucho de pie. Mi novia seguía bailando y yo seguía contento de estar allí. Un grupo de cuatro muchachos me pidió permiso muy educadamente para sentarse en torno a mi mesa. Traían su provisión de trago consigo: vasos y una botella de whisky en su cubeta de hielo. Se acomodaron y empezaron a beber, a charlar, a reír.

Una punzada de envidia me golpeó al mirarles: la juventud, la belleza de la juventud. Ahí estaban: tan jóvenes, tan puros. Tan The beautiful ones de Suede.

¿Qué importa a quién amen, a quién o quiénes quieran, con quién se acuesten por placer? Son jóvenes, educados y tienen la belleza de la honestidad. No tienen miedo. No tienen miedo a mostrar sus verdaderos colores. No tienen la cabeza llena de mierda todavía por la mediocridad de la vida cotidiana, por lo finito de nuestro tiempo en la Tierra. Es hermoso que existan y saneen la vida nocturna limeña: Dios los ha enviado como ángeles de luz para que purifiquen nuestra ciudad.

Ellos no necesitan heteros insulsos como yo mostrándose afables, tolerantes o entusiastas de que ellos existan: ya tienen sus propias referencias, sus propios ídolos, sus propios mitos que les enseñan cómo pueden vivir la vida a su manera. Más bien al contrario: el hetero debe echarse a un lado y mirarlos y aprender de ellos, de su estilo de vida, de su ausencia de miedo y maldad. Y aplaudirles, aplaudirles hasta que el mundo entero reconozca el valor que tienen.

Dios les bendiga por aceptar mi amistad y enseñarme a ser mejor persona.

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Dos colaboradores de Útero bajo el mismo techo: con mi admirada Regina Limo disfrutando de la fiesta.

Ellas vuelan solas

El espectáculo continuó satisfactoriamente con dos rondas más de actuaciones. Le pedí a mi novia que las viéramos abajo, me sentía más cómodo entre la masa del público que había pagado la entrada mínima.

En el primer piso había más amigos: Orlando menos furioso que nunca, mi querida Regina más reina que nadie. Parejas de todas las tendencias, parejas a secas con la mirada húmeda, contemplaban el escenario y compartían momentos especiales. Vi besos de chicos con chicos, de chicas con chicos, de chicas con chicas, seres humanos queriéndose sin pudor.

Vi allí a cientos de personas celebrando desvergonzadamente la alegría de vivir. Organizando su propia revolución luminosa de sonrisa, baile y hedonismo. Una revolución sin insultos, sin violencia, sin muertos. Una revolución donde se potencia la esencia de cada individuo y donde todos brillan sin el yugo de la uniformidad ni el autoritarismo. Donde cada persona es libre y especial.

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La superheroína Tatianna sobre el escenario. Foto: Gregory García Injoque.

A mí me parece que sin gays la vida sería una mierda, solamente una procesión de heterosexuales aburridos y panzudos tirando del carrito de un bebé, pretendiendo hablar siempre de cosas serias y siguiendo las leyes naturales de su propio hastío.

Las excepciones han sido siempre lo que hace que la vida merezca la pena. El arte es un canto de distinción en la rutina diaria. Los artistas no tenemos tendencias sexuales: la indefinición es la mejor apertura mental que existe para recibir la vida. No nos reduzcamos nosotros mismos. Ni Tatianna ni Courtney Act tienen miedo a mostrarse como son, y ése es el ejemplo que todos necesitamos para ser como deseamos ser sin temor a una sociedad represiva y sus mentiras preconcebidas.

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El fin de la fiesta con Courtney Act.

“Si no fuera por las drag queens, yo no sería tan femenina”, me susurró mi novia al irnos del local.

Y doy fe de que tiene toda la razón.

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La fantástica Courtney Act con una fan.

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).