Cholo soy y no me complazcas Viernes, 10 junio 2016

«Querida Verónika», por Hernán Migoya

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).
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Imagen: www.rpp.pe

Querida Verónika:

No soy una persona radical, de esas que lanzan soflamas apasionadas y buscan la confrontación violenta porque se creen mejores que los demás. Lo radical y los bajos instintos los dejo para mis libros de ficción. En la vida real, soy una persona muy tranquila y pacifista, muy poco amiga de los traumas anímicos y de las agresiones, físicas o verbales. Me paso el día dudando y me cae bien la gente que duda antes de opinar.

Y ante todo me gusta que la gente se entienda hablando.

De hecho, hui de España debido a esas confrontaciones y pleitos cotidianos sin fin y la sobreabundancia de personas cercanas que valoran a los demás por la ideología que visten y no por el corazón vestido, debido a vicios atávicos nuestros, muy ibéricos, de caer en prejuicios y juicios absolutos. En retrospectiva, sospecho que la decisión definitiva de marcharme de mi país fue tomada por mí una mañana de hace cuatro o cinco años, transcurrida en compañía de dos de mis mejores amigos, mientras tomaba ufano un café en una terraza barcelonesa: para mi sorpresa, ambos empezaron a lanzar soflamas románticas de índole muy peligrosa. Uno miró al vacío y le dio por decir entre suspiros:

-Algún día llegará la Revolución y tendremos que aceptar los muertos que traiga consigo.

-Sí, serán muertos necesarios –coincidió con él mi otro amigo.

Yo me quedé aterrado escuchando cómo dos personas queridas justificaban los muertos de una teórica revolución proletaria inminente con los mismos argumentos con los que el poder establecido podría justificar sus crímenes y el terrorismo de Estado: cosificando a meras cifras las pérdidas humanas, pérdidas que no serían de lamentar, claro, PUES PERTENECERÍAN AL OTRO BANDO.

No sabía si reír o llorar ante tales encendidas e incendiarias palabras. Decidí relativizarlas como una pataleta sentimental de dos personas inmaduras y me alegro de haberlo hecho. Hoy me hubiera reído abiertamente, conociendo ahora los destinos profesionales de ambos: uno se dedica a difundir los valores imperialistas estadounidenses dibujando superhéroes para Marvel Cómics y el otro es un gestor cultural obsesionado con perseguir la piratería.

Revolucionarios de salón, vamos. Pero, aunque sin mala fe, eso no quita que contribuyan, como muchos otros poseros con peores intenciones, a crear un pensamiento público único marcado por un sectarismo muy nocivo que te señala como apestado si disientes un ápice de él.

Es por esa razón que vivo feliz en una sociedad generosa y ajena, donde el futuro se dibuja mejor que el pasado y la gente común se trata entre sí sin condicionar sus relaciones (todavía) por el postizo de su ideología.

Me daba miedo tu candidatura, Verónika. Varios amigos peruanos (amigos tan queridos como aquellos dos españoles, que sigo estimando, porque son buenas personas) me pintaban con aires siniestros tu partido, especialmente a ciertos sectores turbios que te apoyan o apoyaban. Algunas de esas amistades también habían dicho barbaridades de Ollanta Humala hace diez años y luego no pasó nada de lo que ellos profetizaban. Pero en fin: el caso es que me atemorizaba aquello que parecías personificar.

Sin embargo, hoy confieso que eres lo mejor que ha pasado en estas elecciones presidenciales que al fin han tenido un final feliz.

Claro que  tampoco ha sido mala cosa la debacle de Alan García: su charlatanería simbolizaba todo lo malo de la política tradicional, la retórica sin contenidos que tejía y camuflaba a un tiempo la maraña de burocracia y corrupción impunes que han regido tantos años este país.

Pero lo tuyo es más bonito aún, porque aporta un imprevisto gesto de nobleza y esperanza, una acción modélica para guiarnos lejos del cinismo y la desconfianza habituales. Has demostrado a tu pueblo, me has demostrado a mí, que todos los políticos no son iguales.

Nunca había sido testigo de un acto así: nada menos que ver a un político aparcar sus colores ideológicos para tender la mano a otro político de ideología opuesta ¡por una causa mayor y más justa!

Nunca había visto a un político anteponer sus convicciones humanas a las ideológicas.

Hasta que vi tu mensaje ofreciendo tu apoyo público a PPK con la mejor de las razones.

En efecto, nadie con el corazón puro quiere “un país donde robar, mentir y matar se vuelve normal”.

Fue un momento impecable, limpio, precioso, un acto de valentía y honestidad ejecutado para cerrar la puerta a un pasado siniestro y abrirla a un futuro más luminoso.

Un gesto que no se irá nunca de mi memoria y espero que los peruanos lo recuerden también toda la vida.

Creo que esa sensación ha quedado en todos nosotros.

No sé si hay algún motivo oculto e interesado para que tomaras esa decisión. No lo creo ni concibo. Lo que hiciste te puede haber granjeado muchos enemigos, también en tus propias filas. A ningún fanático de cualquier ideología le gusta una mano tendida. Lo que hiciste, además, trasciende cualquier interés personalista.

Hoy, con un nuevo presidente que como mínimo garantiza una mayor transparencia y participación democrática de las demás opciones políticas, dado que es presidente por el apoyo de muchas de esas opciones, un presidente que ha ganado gracias a que tú diste un paso atrás con la entereza de una persona honrada y responsable, hoy que muchos ciudadanos están celebrando y casi el mismo número de ellos maldiciendo, yo también quiero dar un paso atrás y decirte lo que deben haberte dicho ya muchas otras voces sinceras:

Nos has dado a todos una lección de humanidad, Verónika.

Tu paso atrás ha sido un paso adelante para tu patria.

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).