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Mi primera experiencia homosexual… ¡gracias al Metropolitano de Castañeda!

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).
telegraph.co.uk

Foto: www.telegraph.co.uk

El Bus Metropolitano de Lima no solamente sirve para desplazarse raudo a través de la capital, sino también para difundir nuevas y osadas prácticas sexuales entre sus usuarios, lo cual demuestra el talante progresista del alcalde Luis Castañeda.

Hace un año y medio ya describí cómo una señorita me metió “culo” durante uno de los trayectos. Pues bien, esta semana  poco faltó para que me metan algo más. Puedo anunciar orgulloso que he descubierto y explorado mi lado gay gracias a los transportes municipales del Metropolitano. ¡A eso se le llama un buen servicio público!

El gringo de pelo púbico por todo el cuerpo

Usualmente no me importa viajar con multitudes. Siempre ofrece una oportunidad de coincidir con personas que de otro modo no encontrarías y observarles me sirve de inspiración para mis libros. En el Metropolitano ya me ha pasado de todo: he estado a punto de pelearme con señores de 50 años que se abren camino a codazos en la nuca, con muchachos que corren por los paraderos tirando los celulares de los demás viandantes, y hasta he tenido que reírme con señoras mayores que pegan patadas para entrar en el bus y luego sonríen como si fuesen unas santas.

Pero lo de este martes fue demasiado. Yo acudía con retraso a una cita de negocios en el centro, así que cuando pasó el autobús C a toda velocidad, corrí a tomarlo pese a que estaba a reventar de pasajeros. Nunca me meto por la última puerta, porque es como entrar en una orgía involuntaria. El espacio es excesivamente angosto y algunos usuarios excesivamente anchos.

Pero esta vez ingresé por allí, no me quedaba otra si quería llegar a mi cita con una tardanza disculpable.

Incrustado como una mosca contra un parabrisas, así me sentía yo en aquella sauna hiperpoblada: me pegué a la barra vertical más próxima a las puertas y traté de mantener un precario equilibrio sobre las puntas de mis zapatos. Justo delante de mí, se erguía un treintañero gringo, calvo y sudoroso, que no había tenido mejor idea que subirse al bus con un bividí deportivo, dejando sus hombros, brazos y casi las tetillas enteras al aire. El yanqui era peludo como el hijo de Chewbacca y sus pelos tan rizados y marrones como los de mis genitales: parecía que tuviese pelo púbico por todo el cuerpo.

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Ahí debajo de todos, estoy yo. Foto: www.elcomercio.pe

Me apreté a la barra para mantener un obstáculo frente a él, porque su proximidad me provocaba náuseas. Pero de pronto, detrás de mí, sentí que alguien me miraba insistentemente. Me volví a chequear qué pasaba ¡y ahí estaba él!

Pinguita contra pingón

Debía tener unos 25 años. Era un ejemplar de hombre digno de admiración: alto, musculoso, pelo oscuro abundante, los pómulos andinos altivos, labios llenos, la mirada negra. Un prototipo de los chicos que vuelven locos a mis amigas maricas de Europa. Y no dejaba de mirarme fijamente.

Al principio pensé que me habría reconocido por mi columna semanal de Útero.pe, así que traté de parapetarme por si me soltaba un puñete. Pero no se trataba de eso…

La idea me asaltó como un toro: ¡el joven me miraba porque yo le atraía! Era la misma mirada que había sorprendido en algunas mujeres, pero ahora se trataba de un hombre. Me quedé paralizado de terror. Carraspeé y volteé un poco más para alejarme de su área de influencia, pero confieso que también me sentí como una virgencita pretendida por un buen partido…

Justo en ese instante el chofer imprimió uno de esos frenazos que los viajeros del Metropolitano tanto apreciamos y la inercia me lanzó de lleno hacia el gringo, haciéndome aterrizar el rostro contra su pecho velludo: sentí sus pelos largos y húmedos meterse en mis ojos, en los orificios de mi nariz y hasta en la boca. Desenterré del mustio musgo de su pecho la cara, pringosa de su sudor y retorcidos pelillos, y me eché atrás instintivamente, sin darme cuenta de que en ese momento se abrían las puertas, golpeándome con su brusca eyección y apartándome de mi rincón hasta hacerme rodar como una peonza para poder encajar sin daño alguno la puerta a mi espalda.

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El problema de todos los días. Foto: Perú 21

 

Al mismo tiempo que yo quedaba de frente al joven limeño, una avalancha de gente subiendo al bus lo precipitó contra mí: durante unos segundos quedé pegado a él como un sándwich, de la cabeza a los pies. No creo que notase mi pene a través de la bragueta, porque en ese momento debía tener la medida de un maní, pero yo sentí el suyo aplastando mi ingle y cómo en unos pocos segundos me reptaba ombligo arriba…

Me asusté, pero no había escapatoria: estábamos trabados como siameses, carita con carita, muslito con muslito, pollita con pollón.

Así que le eché valor: mi madre me ha enseñado que en situaciones comprometidas, hay que dar siempre la cara. En consecuencia, miré al chico a los ojos y le sonreí. Y él me sonrió. ¡Sonaron violines y rapsodias!

Fuimos una pareja de hecho durante lo que duró el resto del trayecto a mi paradero. Lo nuestro fue una unión hermosa e incivil. No nos besamos por miedo a los homófobos, pero con la mirada nos lo dijimos todo.

Luego se abrieron las puertas frente a mi punto de destino y salí expulsado como un grumo en una licuadora.

Así ha sido mi primera experiencia homosexual. Y todo ello se lo debo al Metropolitano, que con su política de no habilitar más autobuses para que la gente viaje con mayor espacio y más cómoda, fomenta sanamente las relaciones liberales y bisexuales de toda la población.

¡¡¡Gracias, Metropolitano!!!

mclimametropolitana.blogspot.pe

Así queremos los ciudadanos progresistas que sea el nuevo Metropolitano. Foto: www.mclimametropolitana.blogspot.pe

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).