Cholo soy y no me complazcas Viernes, 18 septiembre 2015

Si eres enana y estás embarazada, las combis respetan tus derechos

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).
Aviso

Esta advertencia deja claro que tienen asiento preferente las personas con lesiones físicas, las mamás con niños en brazos, los ancianos con bastón en mano… y las enanas embarazadas.

Y yo que creía que viajar en el Metropolitano de Lima era el novamás de la emoción y la comunión social.

Ya el Metropolitano no me seduce nada desde que he descubierto el maravilloso mundo de las combis. Ahora las uso a diario, a diestro y más frecuentemente a siniestro…. incluso cuando no las necesito.

Siempre que puedo me acomodo en el primer asiento solitario para poder estar cerca de los cobradores: me encanta cómo huelen, me arrimo a ellos para sentir esa fragancia divina que emana de sus uniformes planchados e impecables. Y si la combi se zarandea como una caja de zapatos, milagro que suele ocurrir muy a menudo, me abrazo a sus hombros y me restriego en sus ropas para robarles un poco de su perfume y poder presumir de rico aroma entre mis compañeros de Útero. Y de paso practico preparándome mentalmente para acostumbrarme a los efectos de un sismo: todos los ciudadanos, sin distinción de clase social, deberíamos subir a una combi en ruta media hora al día para que nuestro cuerpo se vaya acostumbrando a los efectos de un futuro terremoto.

Castañeda, ¿a qué esperas para sacar un edicto al respecto?

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Los días más aburridos son los que no hay nadie clavándote la rodilla en el costillar…

 

En las combis me han sucedido historias entrañables… Una mañana en hora punta por la Javier Prado no había asiento disponible, así que me situé de pie: tuve que doblar la espalda a la altura de la raíz de los omóplatos para encajar bajo aquel techo bajo, cosa que me obligaba a inclinar la cabeza hacia delante de tal modo que la barra longitudinal metálica de agarre me golpeaba a cada bache contra la frente, implacable como una macana, como un recordatorio de que el Purgatorio existe y está aquí. Sentir ese mazazo sistemático sobre los ojos hasta tener la cabeza tumefacta y empezar a notar cómo tu espacio de desenvolvimiento se va reduciendo conforme suben más pasajeros hasta que tu carne y tus huesos se comprimen debido a la presión de los nuevos viajeros, es una experiencia digna de probar por toda la humanidad.

Pero lo más bonito es cuando el cobrador grita: «¡Hagan sitio! ¡Échense al fondo!».

Tu imaginación, que siempre está dispuesta a joderte la vida, aprovecha entonces para preguntarse qué ocurriría si la combi sufre un accidente o vuelca y toda esa masa humana se queda subida a ti y te usa como cimiento de su montaña.

O cómo olvidar ese día en que por fin una chica, la primera y única, me dio Match en Tinder justo cuando yo estaba aprisionado entre una multitud de usuarios… Imposible contestarle. Sólo pude sujetar el celular fuera del bolsillo con el brazo atrapado entre piernas y canalillos de traseros: aunque creo que un señor de ochenta años que se apretaba a mí como un oso pardo a un árbol bloqueó el Match de la chica con una ligera presión de su testículo derecho.

Por favor, Sr. Alcalde: ¡nunca regule las combis!


Cristo

Cristo también viaja en combi. Aunque éste de la estampita es a Cristo lo que Raúl Castro Fidel. Con esa pinta, no me extraña que nadie se haya dado cuenta de que ya está en la Tierra…

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).