Cholo soy y no me complazcas Jueves, 8 enero 2015

Provocar es nuestra Fe: los riesgos de reírse de las cosas que los demás consideran sagradas…

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).

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Sigo tocado por la matanza del equipo de Charlie Hebdo.

Solamente después de escribir un artículo sobre la tragedia, me atreví a echar un vistazo a las caras e identidades de las víctimas: entre ellas está Wolinski, a quien alguna vez publicamos desde Barcelona en El Víbora cuando dirigí la revista en los años 90.

En Europa a los artistas provocadores, a lo sumo, se les censura, o sea, se matan sus obras. Pero no a la persona, por suerte. La sátira y la provocación han tocado techo con los yihadistas: éstos sí matan.

En Occidente también hay muchos tabúes, como en todas las sociedades. Yo diría que en orden de importancia (medida por la reacción negativa e indignada que cualquier broma al respecto suscita en la opinión pública, opinión muchas veces manipulada por los medios de comunicación), éstos son los grandes tabúes con los que nadie quiere que bromees:

1)    El semitismo. Al parecer nadie puede decir nada ni siquiera tentativamente gracioso sobre el colectivo judío, a no ser que uno sea también judío, y ni siquiera eso es garantía. Woody Allen supone una excepción, pero ya sabemos que Woody Allen puede con todo: hace chistes sobre judíos, es un presunto pederasta, convive con su ahijada… Supongo que ser tan feo como la mayoría de críticos de cine lo absuelve, a ojos de muchos líderes de opinión, de la condena moral.
Aquí vemos, por ejemplo, lo que pasa realmente si haces una pieza humorística sobre, por ejemplo, el Holocausto: aunque no lo creáis, Hitler SS ¡sigue siendo una obra prohibida en España!

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Hitler SS, el cómic más irreverente que yo he leído en mi vida.

2)    La mujer. Es la víctima por antonomasia (y, obviamente, una víctima real en muchas sociedades, incluida la nuestra), así que mejor no escribir personajes principales femeninos que sean malvados, ni tiránicos, ni retrógradas, ni fascistoides… ¡ni machistas! Porque, por ficcional que sea, todo personaje particular que pertenezca a un grupo institucionalmente protegido es percibido como REPRESENTATIVO de ese grupo y, por tanto, debe resultar EJEMPLAR. Y ni se le ocurra a un artista satírico bromear sobre el maltrato. Gone Girl ha roto ese tabú en el cine, pero se trata de una película que probablemente jamás hubiese sido subvencionada con dinero público por un Estado socialmente “comprometido”… Eso sí, ni aun con toda la sobreprotección mediática de la mujer como estereotipo de víctima, logra sacar del primer puesto del victimismo a los judíos.

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La perversa utilización del estereotipo «mujer-víctima» en Gone Girl.

3)    La infancia y los valores familiares. En este punto están de acuerdo casi todos los seres humanos. No recuerdo imágenes en películas o series televisivas que describan a un adulto aplastando a patadas el cráneo de un bebé, por ejemplo, o explicitando visualmente y con detalle noticias más realistas y cotidianas, como el asesinato de infantes a manos de su madre o su padre (narrativamente se suele echar mano de la elipsis o el «fuera de cuadro»). El sentido de empatía y protección al más débil nos hace evitar instintivamente un imaginario agresivo o abusivo hacia la infancia y la armonía doméstica. Por eso esta película, pese a ser una ficción increíble, estuvo a punto de traer muchas desgracias a sus exhibidores.

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Mi límite: no me he atrevido a ver esta pela.

4)    El catolicismo y las “buenas costumbres” morales de Occidente. Son el objetivo habitual de las sátiras independientes. Los beatos católicos nunca decepcionan: siempre se ofenden y piden más, creo que porque dentro de las reglas acatadas de su fe está la de disfrutar con el castigo. Poner la otra mejilla les pone. O nos pone: dado que ser ateos no nos exime de pertenecer a su arraigada cultura…
Ese componente masoquista empieza desde el símbolo mismo de su credo: ¡una cruz!

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Crucificados y felices en La vida de Brian.

5)    La homosexualidad. A veces fantaseo con lo que ocurriría en el mundo occidental si muchas feministas ortodoxas y lesbianas fundamentalistas dijeran lo que realmente piensan de los homosexuales masculinos. Ciertamente he escuchado a algunos hombres gays decir cosas de las mujeres que ningún heterosexual con un mínimo de sentido común osaría decir. Ni esos hombres gays se atreven, hoy por hoy, a decirlas en público.

El mundo gay está bastante protegido en España, que es el ejemplo que conozco: la libertad y tolerancia sexual que ofrece mi país me parece una de sus mayores virtudes. Pero esa misma protección y el tabú consecuente en torno al universo gay es lo que permite que una discoteca de hombres homosexuales en Madrid prohíba reiteradamente la entrada a las mujeres ¡y casi nadie proteste!

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¿Os imagináis que la discoteca fuese de hombres heterosexuales y el escándalo que se desataría si prohibiesen el ingreso al sexo femenino?

Bueno, es cierto que resulta difícil imaginar a ningún grupo de hombres heterosexuales queriendo prohibir el acceso de mujeres a su local…

 

El deber sagrado de un satírico

Nada más salir editado en España en 2003, mi libro Todas putas desencadenó un virulento y furibundo ataque por parte de periodistas, políticos y escritores de derechas e izquierdas: entonces fui consciente de que había tocado una llaga repleta de pus.

Mi obra casi se prohíbe en mi país y, desde su publicación, numerosas instituciones estatales y medios nacionales me dieron la espalda…

Las represalias mediáticas (vetos públicos), profesionales (estigmatización) y personales (amigos que me negaron la palabra) han sido muchas. Al mismo tiempo, soy consciente de que si aún se viviese bajo una dictadura en España, probablemente yo ahora estaría encerrado entre rejas por atentar contra el “buen gusto”, las “buenas costumbres” y los “(buenos) valores morales” de mi sociedad.

Retrato de Hernán Migoya

Ni disfrazándome de mujer evité los moratones…


Por eso, cada día doy gracias a la vida por haber nacido en una democracia. No por el hecho de que el gobierno de turno sea elegido por la mayoría de ciudadanos, sino por una garantía que la democracia debe salvaguardar por encima de todas: el respeto a las minorías.

Y un escritor satírico es la mayor minoría que existe, porque su deber sagrado (su único credo) es disparar contra todo.

A riesgo de que unos locos ofendidos le disparen a él.

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).