Cholo soy y no me complazcas Viernes, 12 diciembre 2014

Maricones como Dios manda: ¿Cómo eran las novelas gays de hace 100 años?

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).

Un siglo atrás, España vivió un oasis de liberalidad y celebración hedonista, cortado en seco por la inestabilidad política, la Guerra Civil y el franquismo: pero al parecer, si bien más elitistas (las desigualdades económicas eran mayores) fueron unos años 10 y 20 tan alegres como luego lo serían los años 80, hambrientos de libertad con la recién estrenada democracia: por desgracia, el pueblo español se caracteriza por su desmemoria, y casi nadie en mi generación –y menos en las siguientes– llegamos a sospechar esa exaltación de los sentidos que tuvo lugar en mi país a principios del siglo XX.

La comunidad gay era por entonces, aunque más camuflada, tan colorista y festiva como la actual: incluso contaba con su artista travestido nacional (el término habitual es “transformista”), un imitador de cupletistas y copleras llamado Edmond de Bries (de nombre real, Arsenio Marsal).

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El escritor más popular de títulos pícaros de la época, un nombre prácticamente borrado de la historia de la literatura en la España actual, fue Álvaro Retana. Enfrentado a los intelectuales serios y solemnes que menospreciaban ostensiblemente (igual que hoy día) todo lo que oliese a cultura popular autóctona, Retana era un pequeño vividor que se autodefinía como “el escritor más guapo del mundo” y, aunque jugaba a la ambigüedad, parecía más decididamente gay que bisexual.

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Fue de los primeros escritores en Europa en escribir abiertamente sobre el “tercer sexo”, como se denominaba la homosexualidad, que por entonces o se condenaba como vicio abominable o se consideraba un atolondramiento o aturdimiento de la juventud que se pasaba cuando el sujeto en cuestión volvía a sus cabales y “maduraba” (esto es, asumía POR FIN su condición de hombre en el sentido de ser heterosexual): ésa es la teoría caduca que, un siglo después, todavía se puede leer en algunas columnas actuales de «especialistas», para pasmo y carcajadas de los lectores…

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En los prólogos de sus novelas picaronas, Retana se cubría las espaldas con la Ley distanciándose moralmente del contenido y haciendo uso de una cínica moralina que no se creía ni él: “Yo sería incapaz de cometer el menor pecado ni de transigir con la más leve inmoralidad; pero encuentro muy oportuno que delincan los demás, porque sus aventuras equívocas, sus monstruosas aberraciones y sus fantásticas incongruencias, me sirven a mí, luego, de elemento para confeccionar unas novelas que, desgraciadamente, se venden como pan bendito”. Incluso un párrafo después tiene el descaro de incluir la dirección de su domicilio en Madrid para que acudan a su casa los “esclavos del pecado mortal” a confiarle sus “escabrosidades”…

Esas declaraciones de hombre de proceder intachable no le evitó el ir a la cárcel un mes, en 1928, acusado de atentar contra la moral con sus obras…

Locas de postín

 

Once upon a time in the gay world…

En la estupenda novelita Las “locas” de postín (1919), reeditada en 2004 por Odisea Editorial con una jugosa y esclarecedora doble introducción del escritor Luis Antonio de Villena, se detalla a la perfección el mundo de los homosexuales españoles de esos tiempos y cómo se desmadraban en la capital española: nadie diría que han pasado casi diez décadas, pues el círculo de comportamientos sociales y la descripción de individualidades coinciden casi al dedillo con el panorama gay de nuestros días, que se vive con mucha más libertad y exposición pública, eso sí.

Los estereotipos del ambiente y sus conversaciones frivolonas, que aunque clichés y parodiables son reales, se dan a mansalva en las páginas de esta obra: “Como sigas dándome esos achuchones”, protesta un personaje al ser saludado por otro con un abrazo efusivo en exceso, “te aseguro que abortaré”. También aplican el sexo femenino para hablar de cualquier hombre, incluso de literatos célebres: así, dicen “Calderona de la Barca” o “doña Benita Pérez Galdós”.

No falta tampoco el homosexual que trata de llevar una vida convencional, con enamorada de escaparate: “Cada vez me alegro más de haberme retirado de la vida que hacía antes. No puedes suponer lo muchísimo que gozo haciendo creer a la gente que soy un muchacho como es debido. Hay momentos en que hasta yo mismo me lo creo. Hija, no hay más remedio que evolucionar. El ser loca se ha pasado de moda, y lo más refinado ahora es cultivar el sexo femenino”.

Llega a aparecer en escena un gay reprimido que hipócritamente condena a la hoguera a los de su misma tendencia sexual para poder dárselas de machito: “El hombre tiene que ser hombre antes que nada”. Así, el mencionado Egmont de Bries, que aparece también como “estrella invitada” en la historia, tiene que soportar insultos homófobos durante una de sus actuaciones, hasta que, harto de escucharlos, anuncia que cierra el show, para joda de algún espectador:

“-Respetable público: yo continuaría gustoso; pero me encuentro muy cansado.

-¡Que le traigan una botella, para que se siente y descanse!”.

En cambio, el hermano del protagonista es heterosexual, y Retana le describe como dotado de un temperamento “eminentemente perforador” que le movía a la “constante caza y disfrute de cuantas ciudadanas apetitosas encontraba de su agrado”. O sea, lo que en la época se consideraba normal. Al contrario de la comunidad gay, a cuyos miembros el autor define como “sacerdotes que abominan de las sacerdotisas, a las cuales, sin embargo, envidian y suplantan”.

El contenido de Las “locas” de postín es muy valioso, pues refleja la encontrada postura moral de esos años, no tan distinta de la actual. Retana ofrece tanto el punto de vista reaccionario como el tolerante. También se permite poner en boca de otro personaje esta osada reflexión: “El artista debe ser lujurioso, terriblemente lujurioso en su vida y en sus obras. Únicamente a los eunucos les es imposible producir obras de arte. Precisamente por ser eunucos”.

Asimismo, la novela ya describe casos de curas pederastas y condena el abuso de menores. Lo cual nos hace darnos cuenta de que no son males de nuestros días, sino que la monstruosidad ha existido siempre. Por más que ahora los medios SÍ SE ATREVAN a airearla.

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La otra cara

La reedición de 2004 incluye como complemento otra novela de Retana, ya del año 1933, en la que el escritor, para evitar nuevos encarcelamientos por sus escritos, confirma su decadencia al asumir una posición ya abiertamente condenatoria contra la homosexualidad y la ligereza de hábitos.

A Sodoma en tren botijo se titula esta otra novela breve que, sin ser tan buena como la anterior (ambas resultan voluntariamente modestas de miras, pero escritas con mucha elegancia), aporta también sus momentos divertidos. El protagonista es Nemesio, un chico guapetón del Sur que quiere viajar a Madrid a experimentar la dolce vita para definir su todavía difusa identidad sexual.

En plena II República española, la capital era si cabe más permisiva con las libertades de costumbres. Como relata un personaje, “Madrid está ahora muy civilizado; es una especie de pequeño París. La gente ya no se asusta de nada desde que hay República. El que no comparte unas ideas, por lo menos las tolera”.

Una vez más, chistes picantes en torno a la opción sexual se suceden:

“-Es una mujer que ha tenido más queridos que su hermano el conde de Fulastre.

-Sí; esa familia siempre se ha distinguido por su afición a los hombres. Deben haber salido a la madre.

-Menos la hermana pequeña, que prefiere a las mujeres.”

O:

“-…Todo hombre lleva dentro una marica dormida.

-Pues la tuya debe de haber tomado café.”

La relación entre ricachones gays y muchachos que venden su cuerpo para sacarles un provecho económico es representada sin ambages. Uno de los bon vivant pudientes que abundan en la novela hace esta sentida confesión a su amoral prostituto: “No tengo la culpa de que mi naturaleza permanezca insensible ante una mujer, para quien es todo mi respeto y mi admiración, pero no mi deseo, y en cambio vibre ante un… sinvergüenza como tú.” Y otro personaje lanzará también la teoría de que el “individuo perfecto” es el hombre bisexual.

Curiosamente, casi todos los señoritos gays de la novela se declaran “monárquicas” y no simpatizan con las izquierdas ni con la República, “a pesar de que nos han concedido el voto y el divorcio”… Se refieren, claro, al voto para el sexo genuinamente femenino.

Y termina el autor con un discurso pseudosadiano (casi draculiano) a través de uno de los burgueses lascivos que seducen al protagonista: “Quizás a ti, que eres un provinciano sin malicia, te horrorice todo esto. Para nosotros, tan civilizados, tan modernos, tan ávidos de emociones perversas, estas notas de color son las únicas que alegran la monotonía gris de la vida”. Un toque de sinceridad antes de que Retana nos endose como conclusión el típico epílogo con falsa moralina para no ser tachado de pervertido…

Tras la Guerra Civil Española, Álvaro Retana pasó nueve años en la cárcel por “rojo y mariquita”: los partidarios de la Dictadura franquista y el fascismo no perdonaban esas veleidades privadas. Cuando salió a la calle, ya no pudo recuperar su popularidad. Mantuvo un perfil bajo conviviendo con su hijo natural en un piso madrileño y murió a los 80 años en extrañas circunstancias. Hoy es un escritor olvidado.

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Mi agradecimiento a Julián Almazán por descubrirme a Álvaro Retana.

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Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).